viernes, 29 de abril de 2011

El fantasma.

Mis manos tocaron el fondo, el que nunca pensé que llegaría a ver. Estaba frío, y las losetas húmedas me raspaban las palmas. Ríos de sangre manaban de ellas y corrían calle abajo surcándolas, correteando por los bordes sobresalientes del suelo que me rodea. La ropa que cubre mi cuerpo se haya mojada y pegajosa, mi piel quiere escapar de su agonioso abrazo, pero la sangre seca hace que me sea imposible quitarme los harapos en los que se ha convertido. Aún repicotean los aplausos de los visitantes en mis odios, aún escucho las risas de las mujeres y los oscuros ronquidos de los hombres ante mí.
Aún siento las miradas penetrantes de los niños, que curiosos y ajenos a todo esto, me miran contemplando como las heridas desprenden el líquido, que cada vez me recorre menos las venas.

Pero no importa, sé que dentro de poco se cansarán, mi momento llegará, y aunque no culpo a mi madre por el destino que me dio quiero agradecerle que al menos me haya dado destino que tener.
Porque pronto escaparé y entonces, no solo se reirán de mi, sino que compartirán mis proezas, y con lágrimas de felicidad sabrán darme la bienvenida al mundo de los humanos.

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