martes, 6 de agosto de 2013

Los Tres Puñales de La Muerte #2



Acto tres.

En la habitación del gran ventanal, allí está ella, sentada en el filo de la cama observando la puerta que da a la habitación-armario donde hace unos pocos segundos él ha entrado. Se escucha movimiento de ropa, supone que se está cambiando, pero ¿para qué? ¿de dónde viene? ¿qué hace ella allí? Y sobre todas las cosas...¿quién es él? Pasea su mirada por la habitación, fijándose detenidamente en la ventana. ¿Por qué no entra la luz del sol? Se acerca lentamente a ella y descubre que es de noche. Eso lo explica todo. Entonces ha estado todo un día durmiendo...
Supone que solo un día.
Vuelve a mirar hacia la puerta abierta. No se distingue nada dentro. Esta apunto de acercarse cuando una voz la detiene.
-No entres aquí. ¿No sabes lo que es la privacidad?
Se para en seco y recula. Vuelve a sentarse en la cama. No quiere reconocerlo, pero está un poco nerviosa. No sabe como ha llegado allí, ni donde está, ni con quién... Bueno, sí. Con un hombre increíblemente fuerte, varonil, bruto... terriblemente bruto. Se relame. Quiere volver a saborearlo. No puede evitar volver a acordarse de como la levantó en volandas y la empotró contra la chimenea mientras....
Recuerda lo que minutos antes ha ocurrido entre los dos, una de sus manos recorre su pierna desnuda dirección a su entrepierna, pero se da cuenta y recapacita. Por favor, ella sabe tener clase, y no va a.. en fin, tocarse sólo porque un tío la haya follado salvajemente, de forma tan fantástica, haciéndola sentir.... Oh dios, otra vez.
Tiene que pensar en otra cosa, así que opta por hacer lo que cualquier persona en su sano juicio haría.
-¿Cómo has dicho que te llamas?- Se escucha un bufido desde la otra parte de la puerta.
-No lo he dicho.
Dios mio, su voz le pone los bellos de puntas. Es grave y autoritaria, como si sólo supiera dar ordenes. Alza los ojos dirección la habitación oscura e intenta atravesarla con la mirada.
-Ya sé que no lo has dicho pero creo que sería un bonito detalle por tu parte hacerlo. -Si... hacerlo. De nuevo. Igual de...- Es decir, decirme tu nombre.
Sacude la cabeza, no puede ser que sólo piense en eso. Se escucha un improperio, supone dirigido a ella. Y entonces él sale de la habitación, con unos pantalones negros largos, unos zapatos también negros y una camisa blanca abierta. En la mano lleva una corbata que deja a un lado de ella en la cama.
-Kaith.
-¿Qué?-Esta embobada mirando el pecho que deja al descubierto la camisa, es fibroso y tiene pocos bellos justo en la parte más baja. Otra vez relamiéndose.
-Mi nombre. Kaith, es mi nombre.- No la ha mirado ni una sola vez. Se gira hacia la última puerta y entra. Ella se acerca y contempla de refilón que hay dentro. Es un cuarto de baño enorme. Con una gran bañera, una ducha al fondo, el baño y un lavamanos sobre el cual hay un largo espejo. Abajo hay muchas encimeras, que supone es donde se guardan las toallas, y...bueno, todas las demás cosas.
- Y, esto... ¿Dónde estoy?- Da unos cuantos pasos dentro del baño y él la mira con ansias asesinas.
-Primero, deberías decirme tu nombre, ¿no crees? Y fuera del baño, ¿no ves que está ocupado? -Levanta la cabeza y saca todo el pecho que puede aspirando mucho aire. No se puede creer lo mal que está siendo tratada, para una persona como ella, con su belleza, su cuerpo. Es intolerante que una persona la trate de esa manera tan denigrante.
-No voy a tolerar que me hables de esa manera.- La espalda de él se tensa.- Me da igual si estas acostumbrado a tratar así a las mujeres que te llevas a la cama, pero resulta que yo no elegí que lo hicieras.- Aunque no se hubiese negado si se lo hubiese pedido...-Así que dime dónde estoy antes de que...
No puede hablar porque la mano de Kaith le aferra la garganta mientras con la otra la aprieta de la cintura.
-Estas en mi casa, no te atrevas a decirme que puedo o que no puedo hacer.
Pestañea rápidamente para difuminar el susto de sus ojos y cambia su expresión a una de ira, no piensa sentirse cohibida ante un orangután como este, por muy guapo que sea. Con un rápido movimiento le da una patada en la barriga y se suelta de sus brazos.
-No vuelvas a tocarme.
-Muchacha, a fuerza bruta no me gana nadie, y menos tu. -Ella lo mira amenazadora pero el chasquea la lengua.-  No te preocupes, no tengo por costumbre maltratar a mujeres pero...
¿Está olfateando el aire? No puede ser. Se gira y ella también, justo cuando está saliendo del cuarto de baño dice:
-Azel, me llamo Azel.
Alterada como está no puede hacer mas que moverse de un lado al otro de la habitación. Finalmente, Kaith sale del cuarto de baño, perfumado y con la camisa ya totalmente abrochada. Toma la corbata de la cama y se la pone con facilidad.
-Puedes quedarte aquí cuanto tiempo quieras. Yo tengo que salir a hacer unas cosas. Tu ropa la tiene Edward, es el mayordomo. Pídesela cuando quieras y vete.- Se dirige de nuevo al armario y toma una chaqueta a juego con los pantalones y entonces la mira. Azel no puede evitar sentir como se está calentando en el bajo vientre, está deslumbrante. Dirige una mirada exhaustiva por todo el cuerpo de Kaith y se detiene en el bulto que sobresale en sus pantalones. Sonríe picara.
-¿Cuándo vuelves? -Él se da la vuelta.
-Antes del amanecer. Hay algunas cosas que creo que te gustaría saber, así que, pienso que deberías quedarte hasta mañana.
Kaith se dirige a la puerta...
-¿Por qué te vas?
-Tengo algo que hacer.-Azel se acerca a él.
-Pero tu no quieres irte, ¿verdad? -Le toca la espalda y él le retira la mano. La aparta de sí y sale de la habitación.
Está sola, en una casa que no es suya. Es de noche, tampoco tiene donde ir, y de todas formas no ha actualizado la reserva del hotel. ¿Habrán tirado sus cosas? Todos sus vestidos de marca, sus zapatos de tacones interminables. No es justo. No recuerda nada de como llegó aquí. Consigue visualizar el casting, la pelea con el director, y el callejón, ese horrible dolor de estomago. Ahora que se pone a pensar, siente un gran vacío en el, tiene demasiada hambre. Decide salir al salón de nuevo pero cuando ya va por mitad del pasillo un joven vestido de pingüino aparece en sus narices.
-Disculpe. Soy Edward, el mayordomo. Sir. Kaith me ha dicho que quizá necesitara usted algo.-Y se inclina. No sabía por qué se imaginaba a un ancianito con una bandeja en sus manos, persiguiéndola por toda la casa. Pero no era así, este chico rondaba los 20 años, no era más alto que ella (y eso que no llevaba tacones), tenía una sonrisa cordial, el pelo corto y negro y los ojos verdes. Era bastante mono.
-Oh, vaya, gracias. Pues ahora mismo iba a ir a buscar algo a la cocina, tengo mucha hambre.
-Mejor, espere en la habitación y ahora mismo le traigo algo de comer.-Hace una reverencia y la guía a la habitación. -Quédese ahí.
-Va...vale, gracias.
De nuevo en la habitación. Se sienta en el filo de la cama y observa lo que hay a su alrededor. Antes sólo se había percatado del ventanal y las tres puertas pero en el techo, además de las luces parece haber algo más. Al lado de la cama hay una mesa de noche con nada encima y tres cajones, uno de ellos tiene llave pero los otros dos se pueden abrir. Abre el primero y sólo encuentra un montón de condones sueltos. Parece que nuestro Kaith tiene una gran actividad sexual. Azel sonríe y se da cuenta que aun teniendo eso no tuvo precauciones con ella, eso podría ser un problema. Se muerde el labio y abre el segundo cajón, hay una gran cosa plateada y lisa. Le da la vuelta y escucha un ``tic tic´´. Vuelve a girarlo y ve que hay algo en ello. Unos números. 00:35. Espera, tiene pinta de ser la hora. ¿Es un reloj? Toca de nuevo la pantalla y escucha otro ``tic´´. Las luces del techo central se han apagado y sólo quedan cuatro encendidas en cada esquina del techo. En el medio algo brilla. ¡Es una tele!
-Disculpe señorita. -Sobresaltada se sienta bien en la cama ya que cuando se ha estirado para mirar los cajones ha dejado al descubierto su ropa interior. Sonrojada pero manteniendo su impecable pose deja que entre Edward.- No sé que le gusta tomar, pero le he traído un poco de todo.
Y en efecto, así es. En una bandeja de tres pisos hay comida de todo tipo, una sopa, ensaladilla rusa, ensalada con tomate y maíz, pescado, un poco de verduras, un gran trozo de pollo y otro de costillas. En la última bandeja hay un gran surtido de frutas, un zumo, agua, coca-cola, trozos de diferentes tartas...
-Uau,increíble Edward. Muchísimas gracias. -Comienza a devorar un trozo de pollo, y algo de ensalada pero de pronto su estomago ruge y tiene que ir directa al cuarto de baño. Después de echar todo lo que ha comida y parte de su estomago se siente fatal.
-Vaya...-Es lo único que oye decir al criado.
-Será mejor que me acueste un rato, no me encuentro nada bien. Esperaré hasta que llegue... Kreigt...
-Kaith...
-Sí, eso. Gracias.
Cierra los ojos a la par que poco a poco se tumba en la cama y se queda profundamente dormida.

Acto cuarto.

La habitación está totalmente a oscuras. Poco a poco, Azel abre los ojos, pero nota que no hay diferencia. No ve nada de nada. Pero si siente algo caliente que la cubre. Tantea y sus manos descubren carne fuerte y tensa, es un brazo que la está rodeando. Intenta pensar aunque le cuesta bastante porque tiene demasiado sueño, aún así hace un gran esfuerzo. Está en casa de un hombre... Keib, Kif, no...Kaith. Eso es. Y, el se había ido dejándola sola. Por lo que supuso que ya había amanecido, es decir, momento perfecto para poder irse. Tomó el pesado brazo que la rodeaba e intento levantarlo, pero consiguió lo contrario y se vio fuertemente pegada al torso duro del hombre. Gimió de frustración. No es que estuviera incomoda, pero tenía que irse, tenía que recoger sus preciadas pertenencias, la camisa de hombre le quedaba bien pero no podía vivir con camisas así toda la vida. Volvió a la carga, poco a poco fue levantando el brazo y echándose sobre la espalda a medida que intentaba escurrirse por la derecha, giró la cara para ver si él seguía durmiendo y se encontró con su mirada. No dijeron nada durante varias minutos que siguieron, y entonces, Kaith sonrió torcidamente enseñando su perfecta dentadura y poco a poco la acercó a su pecho. Azel iba a decir algo pero no le salió ningún sonido de su garganta, sólo podía pensar en cuanto deseaba a ese hombre. Pero él no la beso, sino que lamió poco a poco el labio inferior y luego lo mordisqueo, jugando con los deseos de ella y sin llegar a darle lo que realmente deseaba. Frustrada, se acercó más a él intentando pegar sus labios, el desvió su cara y comenzó a darle besos tiernos bajando a su cuello, lamiéndola y finalmente, comenzó a mordérselo.
Mierda, algo le había pinchado, no en el cuello donde él estaba devorándola sino en su propio labio. Y juraría... se paso la lengua por el labio y notó sabor a sangre. Estupendo, se había mordido de la emoción.
Dejó de pensar cuando notó que una de las manos de Kaith subía por su cadera y buscaba uno de sus pechos, acunándolo, buscó su pezón que ya estaba duro y comenzó a tocarlo. Más sangre. Rodeo con sus manos el cuerpo de él y afianzo sus uñas en la espalda de Kaith. Poco a poco, él fue bajando mientras desabrochaba la camisa que le recubría el cuerpo. Dejando los pechos al descubierto. Notó frío pero no le importó porque en ese momento sólo podía pensar en dónde quería que estuviera la boca de él. Y no se hizo de rogar, en poco segundos la lengua de Kaith jugueteaba con uno de sus pezones mientras con la otra mano sobaba enérgicamente el otro. Haciendo presión, la echo sobre su espalda y le abrió las piernas. Fue bajando poco a poco, con besos pausados, lamiendo, pero antes de llegar a su entrepierna ella lo detuvo. Negando con la cabeza cerro las piernas.
-Nunca, nunca hagas eso.- Los ojos de él brillaron con algo parecido a desafío. Volvió a sonreír y subió a encontrarse con la boca de ella. Más besos en el cuello, le succionó la oreja, le aferraba los pechos y jugaba con sus pezones, una de sus manos fue vientre abajo y llegó a su humedad. Tocando lentamente y luego un poco más rápido. Ella abrió las piernas un poco más, pero él no hizo más que seguir tocándola.
Quería más. Alterada, lo tomó por la nuca mientras con la otra mano le arañaba espalda abajo, y acercándolo a su boca le mordió fuertemente el labio, lo lamió y tuvo una batalla contra su lengua, dura, grande y humedad. Él tomando nota de lo que ella deseaba le introdujo lentamente un dedo, pero ella estaba más que preparada para tenerlo dentro. Estaba tan caliente y resbaladiza que sin poder aguantarse más se colocó entre sus piernas. Se separó de ella y la miró a los ojos. Estaba hermosa, con su pelo negro y largo esparcido sobre la almohada, sus ojos brillando de deseo, sus labios rojos ya de por sí hinchados y con restos de sangre. Sabiendo que ya no podría soportarlo más se introdujo fuertemente en ella y echó la cabeza sobre el lado izquierdo de su cuello, mientras la penetraba una y otra vez, le lamía el cuello, le tocaba los pechos y otra de sus manos le acariciaba a la par que la embestía. Kaith no podía creer como era capaz de controlarse, estaba al borde de la locura. Siguió dándole cada vez más y más fuerte y ella gimió fuerte contra su oreja. Le arañaba la espalda dejando un reguero de gotas de sangre, y entonces, siguiendo su instinto, Azel le clavo los dientes en el cuello a Kaith muy fuerte, deseando sentir su sangre. Y así fue. Él gruño de placer y la embistió fuertemente, cruelmente, una y otra vez, sin poder controlarse. Pero a ella no le importaba, le encantaba, quería más. Empujándolo contra la cama, sacando fuerzas de cualquier parte de su cuerpo, se sentó a horcajadas sobre el mientras seguía succionandole el cuello, y lo montó como una fiera amazona. Separándose del cuello de él cuando ya estaba a punto de llegar, su pelo formó una cascada sobre su espalda, sus pechos perfectos se bamboleaban por la fuerza que ella botaba sobre él y la sangre de Kaith formaba un camino desde los labios de ella, bajando por el cuello y llegando hasta uno de sus pecho. Al ver la imagen, Kaith sintió una excitación inusual, que nunca había sentido antes, y sin dejar que ella llegara la tomo del pelo hacia atrás y relamió el camino de su sangre hasta llegar a la boca de ella. Se hundió en ella, y saboreo su propia sangre en la lengua de Azel, caliente y fresca a la vez. Ella seguía moviendo sus caderas frenéticamente. Entonces, él le mordió el labio y sin pensárselo dos veces se dirigió a su cuello y la mordió, y por fin, llegaron a la culminación.
El cuerpo de ella cayó sobre el pecho de él. Estaban sudados, agotados, calientes y con ganas de más. Pero cuando Kaith la miró, ella ya se había dormido entre sus brazos. Abrazándola, se durmió.