lunes, 29 de enero de 2018

Sueños rotos...

Sobre la mesa un puzzle inacabado sin la última pieza que le falta, un vaso de agua volcado sobre el filo derrama el agua por el suelo. La luz se cuela por la persiana entreabierta de la ventana más alejada del sofá, no se escucha nada. Un cabestrillo en la zona norte con un dibujo a medio hacer, una última pincelada persigue el camino que dejó el pincel. El ambiente lleno de un olor dulce y amargo, una mezcla de flores que empiezan a marchitarse, y es que hace tiempo que nadie las riega. Una brisa hace rodar la bovina que siempre dejabas junto a la silla, cerca de la puerta de entrada. Cuadros que cuentan historias que ya nunca nadie más sabrá. En los cajones guardan recuerdos que todo y nada dicen de alguien que yace olvidado en el centro de la habitación. 
Ya no habrán más risas junto a la ventana mirando el patio ondear con el viento de primavera, ya no habrán tazas de chocolate caliente arropada en el sofá en las tardes más frías de inviernos en los que no había nada que hacer más que descansar. Esos libros que ahora cogen polvo en las estanterías serán historias que pasarán a manos de otro que quizá, no los ame tanto, no los sienta... quizás, dejando un reguero de piezas sueltas los cuadros descolgaran de las paredes sin ayuda. Dejarán señales de polvo donde una vez estuvieron. La ropa que solías usar cogerá humedad, ya no olerá a flores, ni sentirá el calor de la piel. 
Sus ojos están abiertos, contemplando el techo, pidiendo, suplicando que aún no. Pero ya fue su hora, y no hay nada que se pueda hacer para cambiarlo. Sus labios en una mueca rígida muestran la trémula sonrisa de la conformidad. La mano que sujeta su pecho está rígida, inerte mientras que la otra cae suavemente dejando entre los dedos aún el cuerpo del pincel que sostenía. 

Y ahora, ya no habrán mas cuentos, no habrán mas paisajes, murales, momentos, no habrán palabras, colores ni movimientos, no habrá ternura, calidez ni sonrisa. No habrá sol, ni viento ni invierno. Y junto a ella yacen sus recuerdos, sus fortunas y sueños, porque nadie más sabrá lo que su alma, su mente y su cuerpo guardaban por dentro. 

martes, 2 de enero de 2018

Tras la muralla.

Después de varios días caminando, me encontraba perdida. No sabia si seguir o parar a descansar cerca del camino. La comida escasea en estos tiempos, en todo el recorrido que llevo hecho sólo he conseguido un par de ratones que estaban medio desnutridos.
Decido seguir caminando, y hago bien, pronto me encuentro en una llanura que deja ver una gran muralla a lo lejos. Supongo que se trata de un poblado, o más acertado sería pensar en una gran ciudad. La estructura parece gruesa, hecha de piedra pulida. No parece haber ninguna puerta por la que poder pasar al otro lado. 


Ando por el borde buscando la entrada, pasan horas y el sol comienza a descender lentamente. Pronto caerá la noche y aún no conseguí provisiones para sobrevivir al frío. Tampoco se ve ningún indicio de arboles, animales o cualquier tipo de vida a mi alrededor. Todo es tierra seca, sin agua. Lo extraño es que en el aire huele a hierba. Cada vez que una brisa viene desde el otro lado del muro siento que hay mucho más detrás de la barrera de lo que jamás podré encontrar en este lado. 

No sé como conseguir llegar hasta allí. Intento escalar pero al estar pulida no tiene ningún saliente, ni forma. Me resbalo por la superficie y mis manos comienzan a estar rojizas. El frío empieza a notarse. Se que no tengo nada que hacer aquí sentada, sin ningún recurso para pasar la noche. No sé como haré para sobrevivir. En estos momentos me viene a la mente la aldea que dejé atrás. Estaban con los recursos limitados y a penas podían sobrevivir más de un par de meses, pero aún así no querían marchar. Preferían estar allí, en la zona segura, donde todos se conocían entre sí y amparados entre ellos de todas las amenazas que pudieran venir. Yo no soy así, nunca supe confiar en nadie lo suficiente como para dejar de caminar, de encontrar el final que sabía me estaba esperando. 
Un final en el que consiguiera ser fuerte, valiente e independiente, donde no necesitara mas que mis propias habilidades y decisiones para conseguir lo que quisiera. 

Y ahora, aquí sentada, vuelvo a pensar que quizás me equivocará y realmente no tuviera ese tipo de fortaleza. Una personalidad tan privilegiada solo podrían tenerlas personas elegidas en concreto por el destino. Y aún así no me rindo. Quiero llegar al otro lado, sé que está allí lo que busco. Comienzo a escarbar frenéticamente un agujero en la arena seca. Mis manos están doloridas, y comienzan a sangrarme pequeñas heridas que conforme voy encontrando pedruscos mas grandes hacen que crezcan. Pero no desfallezco, necesito hacer un agujero lo suficientemente grande como para  caber en el. Y quizás, con el suficiente esfuerzo podría cavar un agujero que me llevará al otro lado de la muralla. 

No sé cuanto tiempo paso cavando. Asfixiada del polvo y el esfuerzo observo el agujero, es lo suficiente grande como para que pueda estar dentro sentada rodeándome las rodillas. Al menos eso hará que pueda mantener mejor el calor durante la noche. Tiritando del frío, el vaho que sale de mi boca hace que me pregunte cuanto duraré esta noche. ¿Y si no hay un mañana? 

Estoy llorando. Ha vuelto a pasar. Vuelvo a estar con la mejilla hinchada, sangre en el labio y tirada en el suelo. Y la culpa es sólo mía. Ella tendría que protegerme pero al contrario de eso, cuándo confío en ella y le cuento mis problemas sólo recibo castigos. Porque dice que todo es culpa mía, que yo he provocado esto. 
Y la otra, la que debería de ayudarme a entender que hice mal o si realmente es así, se ríe con mi sufrimiento. Cuándo a los pocos años murió mi primer verdugo, el segundo no perdió el tiempo. Nada más terminó el velatorio rodeado de la gente del pueblo, allí mismo comenzó con la primera paliza. Y yo, sin saber que hacer ni decir aguante todo, porque era mi protectora. No sería nada sin ella. No sabría seguir adelante. 
Me vendió, por no se cuanto dinero exactamente al que sería mi siguiente protector, mi compañero, mi esposo. Pero tampoco recibí apoyo, ni ayuda. Ni una tierna caricia. Ni siquiera me miraba, sólo alzaba lo que tuviera a mano y comenzaba a golpearme. Una noche, sin soportarlo más me dí cuenta de la verdad. Yo era una persona que no debería necesitar a nadie para salir adelante. Con mucho miedo, me acerqué a él mientras dormía abrazado a otra y lo degollé. En el silencio de la noche se escuchó su estrangulado chillido de ira y consiguió empujarme al suelo. Pero ya estaba hecho y tardó poco en desangrarse. La otra no dijo nada, simplemente me miró con ojos desorbitados y salió de la tienda. Cuchillo en mano y con sólo una bolsa con algo de alimento huí de esa aldea que debería haber sido mi hogar, mi casa. Pero no era más que mi prisión. Y con una meta en mente decidí seguir adelante para encontrarme a mi misma, para ser yo, sólo yo. Independiente, valiente y fuerte, sin temor ni cobardía. 


Sintiendo el calor del sol por la mañana, me desperté. No sabía en que momento me había quedado dormida pero aún podía sentir el aturdimiento de ese mal sueño. Los recuerdos siempre me golpeaban cuando estaba con la guardia baja. Salí del agujero y me dí cuenta de que había una brisa más fuerte de lo normal. Provenía de un poco más allá. Corriendo por el borde de la muralla suspiré maravillada al ver que había una abertura. La muralla se había abierto para mí. Paré súbitamente y jadeando observé el sendero que se abría ante mí. No podía ver a dónde llevaba pero lo que sí veía era un suelo verde, algunos arboles y me pareció escuchar unos cuantos pájaros. No sabía que encontraría pero no dudé un segundo y comencé a caminar. Quizás, por fin, pudiera ser quien quería ser allí, tras la muralla.