miércoles, 16 de febrero de 2011

La Gloria de Dios.

Las cuerdas rodean mis muñecas, una gota choca contra mi hombro cada dos segundos, la húmedad se respira en el ambiente, el aire está cargado de frío que hacen a mis huesos romperse, me duelen y los musculos fríos estallan en un súbito espasmo cuándo el hueso cruje. Por la rendija entra un escaso rayo que da al centro de la celda. Una rata corretea por el poco heno que es mi cama. Mis pocas ropas huelen a muerto, a batalla. No me siento culpable de haber alzado una espada. No me siento vencida en esta guerra, pues la palabra de Él me basta para saber que he ganado.
Mi pelo corto se me pega a la cara, y gotas de sudor hacen que lágrimas recoran mis mejillas. Los ojos me escuecen. No siento mi boca pero sé que está hinchada. No tengo más que hablar. Nada más que decir. La fé es lo que me guía y por ella, y por Él yo sucumbiré. Y por fin podré contemplar su gloria.