martes, 6 de agosto de 2013

Los Tres Puñales de La Muerte #2



Acto tres.

En la habitación del gran ventanal, allí está ella, sentada en el filo de la cama observando la puerta que da a la habitación-armario donde hace unos pocos segundos él ha entrado. Se escucha movimiento de ropa, supone que se está cambiando, pero ¿para qué? ¿de dónde viene? ¿qué hace ella allí? Y sobre todas las cosas...¿quién es él? Pasea su mirada por la habitación, fijándose detenidamente en la ventana. ¿Por qué no entra la luz del sol? Se acerca lentamente a ella y descubre que es de noche. Eso lo explica todo. Entonces ha estado todo un día durmiendo...
Supone que solo un día.
Vuelve a mirar hacia la puerta abierta. No se distingue nada dentro. Esta apunto de acercarse cuando una voz la detiene.
-No entres aquí. ¿No sabes lo que es la privacidad?
Se para en seco y recula. Vuelve a sentarse en la cama. No quiere reconocerlo, pero está un poco nerviosa. No sabe como ha llegado allí, ni donde está, ni con quién... Bueno, sí. Con un hombre increíblemente fuerte, varonil, bruto... terriblemente bruto. Se relame. Quiere volver a saborearlo. No puede evitar volver a acordarse de como la levantó en volandas y la empotró contra la chimenea mientras....
Recuerda lo que minutos antes ha ocurrido entre los dos, una de sus manos recorre su pierna desnuda dirección a su entrepierna, pero se da cuenta y recapacita. Por favor, ella sabe tener clase, y no va a.. en fin, tocarse sólo porque un tío la haya follado salvajemente, de forma tan fantástica, haciéndola sentir.... Oh dios, otra vez.
Tiene que pensar en otra cosa, así que opta por hacer lo que cualquier persona en su sano juicio haría.
-¿Cómo has dicho que te llamas?- Se escucha un bufido desde la otra parte de la puerta.
-No lo he dicho.
Dios mio, su voz le pone los bellos de puntas. Es grave y autoritaria, como si sólo supiera dar ordenes. Alza los ojos dirección la habitación oscura e intenta atravesarla con la mirada.
-Ya sé que no lo has dicho pero creo que sería un bonito detalle por tu parte hacerlo. -Si... hacerlo. De nuevo. Igual de...- Es decir, decirme tu nombre.
Sacude la cabeza, no puede ser que sólo piense en eso. Se escucha un improperio, supone dirigido a ella. Y entonces él sale de la habitación, con unos pantalones negros largos, unos zapatos también negros y una camisa blanca abierta. En la mano lleva una corbata que deja a un lado de ella en la cama.
-Kaith.
-¿Qué?-Esta embobada mirando el pecho que deja al descubierto la camisa, es fibroso y tiene pocos bellos justo en la parte más baja. Otra vez relamiéndose.
-Mi nombre. Kaith, es mi nombre.- No la ha mirado ni una sola vez. Se gira hacia la última puerta y entra. Ella se acerca y contempla de refilón que hay dentro. Es un cuarto de baño enorme. Con una gran bañera, una ducha al fondo, el baño y un lavamanos sobre el cual hay un largo espejo. Abajo hay muchas encimeras, que supone es donde se guardan las toallas, y...bueno, todas las demás cosas.
- Y, esto... ¿Dónde estoy?- Da unos cuantos pasos dentro del baño y él la mira con ansias asesinas.
-Primero, deberías decirme tu nombre, ¿no crees? Y fuera del baño, ¿no ves que está ocupado? -Levanta la cabeza y saca todo el pecho que puede aspirando mucho aire. No se puede creer lo mal que está siendo tratada, para una persona como ella, con su belleza, su cuerpo. Es intolerante que una persona la trate de esa manera tan denigrante.
-No voy a tolerar que me hables de esa manera.- La espalda de él se tensa.- Me da igual si estas acostumbrado a tratar así a las mujeres que te llevas a la cama, pero resulta que yo no elegí que lo hicieras.- Aunque no se hubiese negado si se lo hubiese pedido...-Así que dime dónde estoy antes de que...
No puede hablar porque la mano de Kaith le aferra la garganta mientras con la otra la aprieta de la cintura.
-Estas en mi casa, no te atrevas a decirme que puedo o que no puedo hacer.
Pestañea rápidamente para difuminar el susto de sus ojos y cambia su expresión a una de ira, no piensa sentirse cohibida ante un orangután como este, por muy guapo que sea. Con un rápido movimiento le da una patada en la barriga y se suelta de sus brazos.
-No vuelvas a tocarme.
-Muchacha, a fuerza bruta no me gana nadie, y menos tu. -Ella lo mira amenazadora pero el chasquea la lengua.-  No te preocupes, no tengo por costumbre maltratar a mujeres pero...
¿Está olfateando el aire? No puede ser. Se gira y ella también, justo cuando está saliendo del cuarto de baño dice:
-Azel, me llamo Azel.
Alterada como está no puede hacer mas que moverse de un lado al otro de la habitación. Finalmente, Kaith sale del cuarto de baño, perfumado y con la camisa ya totalmente abrochada. Toma la corbata de la cama y se la pone con facilidad.
-Puedes quedarte aquí cuanto tiempo quieras. Yo tengo que salir a hacer unas cosas. Tu ropa la tiene Edward, es el mayordomo. Pídesela cuando quieras y vete.- Se dirige de nuevo al armario y toma una chaqueta a juego con los pantalones y entonces la mira. Azel no puede evitar sentir como se está calentando en el bajo vientre, está deslumbrante. Dirige una mirada exhaustiva por todo el cuerpo de Kaith y se detiene en el bulto que sobresale en sus pantalones. Sonríe picara.
-¿Cuándo vuelves? -Él se da la vuelta.
-Antes del amanecer. Hay algunas cosas que creo que te gustaría saber, así que, pienso que deberías quedarte hasta mañana.
Kaith se dirige a la puerta...
-¿Por qué te vas?
-Tengo algo que hacer.-Azel se acerca a él.
-Pero tu no quieres irte, ¿verdad? -Le toca la espalda y él le retira la mano. La aparta de sí y sale de la habitación.
Está sola, en una casa que no es suya. Es de noche, tampoco tiene donde ir, y de todas formas no ha actualizado la reserva del hotel. ¿Habrán tirado sus cosas? Todos sus vestidos de marca, sus zapatos de tacones interminables. No es justo. No recuerda nada de como llegó aquí. Consigue visualizar el casting, la pelea con el director, y el callejón, ese horrible dolor de estomago. Ahora que se pone a pensar, siente un gran vacío en el, tiene demasiada hambre. Decide salir al salón de nuevo pero cuando ya va por mitad del pasillo un joven vestido de pingüino aparece en sus narices.
-Disculpe. Soy Edward, el mayordomo. Sir. Kaith me ha dicho que quizá necesitara usted algo.-Y se inclina. No sabía por qué se imaginaba a un ancianito con una bandeja en sus manos, persiguiéndola por toda la casa. Pero no era así, este chico rondaba los 20 años, no era más alto que ella (y eso que no llevaba tacones), tenía una sonrisa cordial, el pelo corto y negro y los ojos verdes. Era bastante mono.
-Oh, vaya, gracias. Pues ahora mismo iba a ir a buscar algo a la cocina, tengo mucha hambre.
-Mejor, espere en la habitación y ahora mismo le traigo algo de comer.-Hace una reverencia y la guía a la habitación. -Quédese ahí.
-Va...vale, gracias.
De nuevo en la habitación. Se sienta en el filo de la cama y observa lo que hay a su alrededor. Antes sólo se había percatado del ventanal y las tres puertas pero en el techo, además de las luces parece haber algo más. Al lado de la cama hay una mesa de noche con nada encima y tres cajones, uno de ellos tiene llave pero los otros dos se pueden abrir. Abre el primero y sólo encuentra un montón de condones sueltos. Parece que nuestro Kaith tiene una gran actividad sexual. Azel sonríe y se da cuenta que aun teniendo eso no tuvo precauciones con ella, eso podría ser un problema. Se muerde el labio y abre el segundo cajón, hay una gran cosa plateada y lisa. Le da la vuelta y escucha un ``tic tic´´. Vuelve a girarlo y ve que hay algo en ello. Unos números. 00:35. Espera, tiene pinta de ser la hora. ¿Es un reloj? Toca de nuevo la pantalla y escucha otro ``tic´´. Las luces del techo central se han apagado y sólo quedan cuatro encendidas en cada esquina del techo. En el medio algo brilla. ¡Es una tele!
-Disculpe señorita. -Sobresaltada se sienta bien en la cama ya que cuando se ha estirado para mirar los cajones ha dejado al descubierto su ropa interior. Sonrojada pero manteniendo su impecable pose deja que entre Edward.- No sé que le gusta tomar, pero le he traído un poco de todo.
Y en efecto, así es. En una bandeja de tres pisos hay comida de todo tipo, una sopa, ensaladilla rusa, ensalada con tomate y maíz, pescado, un poco de verduras, un gran trozo de pollo y otro de costillas. En la última bandeja hay un gran surtido de frutas, un zumo, agua, coca-cola, trozos de diferentes tartas...
-Uau,increíble Edward. Muchísimas gracias. -Comienza a devorar un trozo de pollo, y algo de ensalada pero de pronto su estomago ruge y tiene que ir directa al cuarto de baño. Después de echar todo lo que ha comida y parte de su estomago se siente fatal.
-Vaya...-Es lo único que oye decir al criado.
-Será mejor que me acueste un rato, no me encuentro nada bien. Esperaré hasta que llegue... Kreigt...
-Kaith...
-Sí, eso. Gracias.
Cierra los ojos a la par que poco a poco se tumba en la cama y se queda profundamente dormida.

Acto cuarto.

La habitación está totalmente a oscuras. Poco a poco, Azel abre los ojos, pero nota que no hay diferencia. No ve nada de nada. Pero si siente algo caliente que la cubre. Tantea y sus manos descubren carne fuerte y tensa, es un brazo que la está rodeando. Intenta pensar aunque le cuesta bastante porque tiene demasiado sueño, aún así hace un gran esfuerzo. Está en casa de un hombre... Keib, Kif, no...Kaith. Eso es. Y, el se había ido dejándola sola. Por lo que supuso que ya había amanecido, es decir, momento perfecto para poder irse. Tomó el pesado brazo que la rodeaba e intento levantarlo, pero consiguió lo contrario y se vio fuertemente pegada al torso duro del hombre. Gimió de frustración. No es que estuviera incomoda, pero tenía que irse, tenía que recoger sus preciadas pertenencias, la camisa de hombre le quedaba bien pero no podía vivir con camisas así toda la vida. Volvió a la carga, poco a poco fue levantando el brazo y echándose sobre la espalda a medida que intentaba escurrirse por la derecha, giró la cara para ver si él seguía durmiendo y se encontró con su mirada. No dijeron nada durante varias minutos que siguieron, y entonces, Kaith sonrió torcidamente enseñando su perfecta dentadura y poco a poco la acercó a su pecho. Azel iba a decir algo pero no le salió ningún sonido de su garganta, sólo podía pensar en cuanto deseaba a ese hombre. Pero él no la beso, sino que lamió poco a poco el labio inferior y luego lo mordisqueo, jugando con los deseos de ella y sin llegar a darle lo que realmente deseaba. Frustrada, se acercó más a él intentando pegar sus labios, el desvió su cara y comenzó a darle besos tiernos bajando a su cuello, lamiéndola y finalmente, comenzó a mordérselo.
Mierda, algo le había pinchado, no en el cuello donde él estaba devorándola sino en su propio labio. Y juraría... se paso la lengua por el labio y notó sabor a sangre. Estupendo, se había mordido de la emoción.
Dejó de pensar cuando notó que una de las manos de Kaith subía por su cadera y buscaba uno de sus pechos, acunándolo, buscó su pezón que ya estaba duro y comenzó a tocarlo. Más sangre. Rodeo con sus manos el cuerpo de él y afianzo sus uñas en la espalda de Kaith. Poco a poco, él fue bajando mientras desabrochaba la camisa que le recubría el cuerpo. Dejando los pechos al descubierto. Notó frío pero no le importó porque en ese momento sólo podía pensar en dónde quería que estuviera la boca de él. Y no se hizo de rogar, en poco segundos la lengua de Kaith jugueteaba con uno de sus pezones mientras con la otra mano sobaba enérgicamente el otro. Haciendo presión, la echo sobre su espalda y le abrió las piernas. Fue bajando poco a poco, con besos pausados, lamiendo, pero antes de llegar a su entrepierna ella lo detuvo. Negando con la cabeza cerro las piernas.
-Nunca, nunca hagas eso.- Los ojos de él brillaron con algo parecido a desafío. Volvió a sonreír y subió a encontrarse con la boca de ella. Más besos en el cuello, le succionó la oreja, le aferraba los pechos y jugaba con sus pezones, una de sus manos fue vientre abajo y llegó a su humedad. Tocando lentamente y luego un poco más rápido. Ella abrió las piernas un poco más, pero él no hizo más que seguir tocándola.
Quería más. Alterada, lo tomó por la nuca mientras con la otra mano le arañaba espalda abajo, y acercándolo a su boca le mordió fuertemente el labio, lo lamió y tuvo una batalla contra su lengua, dura, grande y humedad. Él tomando nota de lo que ella deseaba le introdujo lentamente un dedo, pero ella estaba más que preparada para tenerlo dentro. Estaba tan caliente y resbaladiza que sin poder aguantarse más se colocó entre sus piernas. Se separó de ella y la miró a los ojos. Estaba hermosa, con su pelo negro y largo esparcido sobre la almohada, sus ojos brillando de deseo, sus labios rojos ya de por sí hinchados y con restos de sangre. Sabiendo que ya no podría soportarlo más se introdujo fuertemente en ella y echó la cabeza sobre el lado izquierdo de su cuello, mientras la penetraba una y otra vez, le lamía el cuello, le tocaba los pechos y otra de sus manos le acariciaba a la par que la embestía. Kaith no podía creer como era capaz de controlarse, estaba al borde de la locura. Siguió dándole cada vez más y más fuerte y ella gimió fuerte contra su oreja. Le arañaba la espalda dejando un reguero de gotas de sangre, y entonces, siguiendo su instinto, Azel le clavo los dientes en el cuello a Kaith muy fuerte, deseando sentir su sangre. Y así fue. Él gruño de placer y la embistió fuertemente, cruelmente, una y otra vez, sin poder controlarse. Pero a ella no le importaba, le encantaba, quería más. Empujándolo contra la cama, sacando fuerzas de cualquier parte de su cuerpo, se sentó a horcajadas sobre el mientras seguía succionandole el cuello, y lo montó como una fiera amazona. Separándose del cuello de él cuando ya estaba a punto de llegar, su pelo formó una cascada sobre su espalda, sus pechos perfectos se bamboleaban por la fuerza que ella botaba sobre él y la sangre de Kaith formaba un camino desde los labios de ella, bajando por el cuello y llegando hasta uno de sus pecho. Al ver la imagen, Kaith sintió una excitación inusual, que nunca había sentido antes, y sin dejar que ella llegara la tomo del pelo hacia atrás y relamió el camino de su sangre hasta llegar a la boca de ella. Se hundió en ella, y saboreo su propia sangre en la lengua de Azel, caliente y fresca a la vez. Ella seguía moviendo sus caderas frenéticamente. Entonces, él le mordió el labio y sin pensárselo dos veces se dirigió a su cuello y la mordió, y por fin, llegaron a la culminación.
El cuerpo de ella cayó sobre el pecho de él. Estaban sudados, agotados, calientes y con ganas de más. Pero cuando Kaith la miró, ella ya se había dormido entre sus brazos. Abrazándola, se durmió.

miércoles, 19 de junio de 2013

Los Tres Puñales de la Muerte

Prólogo.

Tres palabras que lo significan todo: amor, justicia y belleza. Dispuestos a todo por conseguirlas, por hacerlas nuestras, para que estén en nuestras vidas...
¿Victoria o derrota?

Primer Acto

Sólo se miró al espejo una vez y ya se sintió perfecta. Creía que lo tenía todo, una tez perfecta, unos labios carnosos y deseables, unos ojos envidiables que te desnudaban, las mejillas sonrosadas, el pelo largo y azabache con pequeñas ondulaciones en las puntas, su torso era firme y tenía unos pechos exuberantes que incitaban al pecado. Las caderas anchas hacían que su cintura menuda pareciera delicada, sus brazos largos siempre cubiertos de guantes que no dejaban ver sus manos elegantes. Y esas piernas, largas y esbeltas que reflejaban el brillo del sol en la piel y desembocaban en unos pies finos y tentadores los cuales siempre decoraba con algún exquisito par de zapatos. 
Totalmente dichosa, salió por la puerta del hotel lista para llegar al casting y deslumbrarlos a todos, que nada mas verla la dejaran de protagonista principal. Siempre le había pasado esto, puesto que su belleza, aunque ahora era sexualmente increíble, antaño fue inocente y perfecta, esto hacía que siempre se saliera con la suya. Con pasos firmes ando calle abajo, contoneándose desmesuradamente casi sin darse cuenta. Las chicas la observaban con asco u odio, los hombres con deseos pecaminosos e indeseables, pero ella no prestaba atención y continuó su camino, sabía dónde tenía que ir y no le pillaba lejos. 
Cuando llegó a la puerta sacudió el pelo, miró el cartel dónde se anunciaba la sala y sin pensarlo más veces entró. Una chica muy cursi se le acercó y le mostró el camino a la sala de audiciones, ella la siguió. Andaba dando saltos, sonreía a cada persona, animal o cosa que se encontraba en el camino, era realmente cursi. Esto la puso de los nervios y cuando la dejó creyó estar a salvo de compañía innecesaria pero se equivocó. En la sala habían al menos 40 personas, las 39 eran chicas y sólo uno era un hombre y por lo que pudo observar, muy afeminado. 
No malinterpretéis sus reacciones, no le molestaba la gente y mucho menos los gays, pero ese día estaba irritable y a ello se le sumaba el hecho de que tenía un extraño mal estar en las entrañas.
Miró por encima a unas cuantas chicas y se dio cuenta de que eras las típicas chicas que viven por y para el teatro, sin cuidarse un ápice de su físico. Otras tantas eran normales y charlaban de forma animada entre ellas, y unas cinco o seis destacaban por su originalidad de estilo, sus preciosas cabelleras o sus caras estilizadas y sólo dos tenían un cuerpo ideal. Pero ella no estaba preocupada, pues sabía que no tenía parangón.
Pasó la hora de esperar y comenzaron las audiciones. Algunas salían enfadadas, otras resignadas, y otras muchas llorando a moco tendido. Unas cuantas no salieron, suponiendo que ya las habían cogido para algún papel, ella se puso tensa pero se relajó al ver a una de las rubias despampanantes salir hecha una furia de la sala. La siguiente era ella. Entró lentamente y no levantó la mirada de sus zapatos hasta que que no estuvo en el centro del escenario. Pero cuando lo hizo, una luz tenue inundó la sala. Su sonrisa eclipsó a todos los jueces y su mirada oscurecida los llamaba y envolvía. Saludó y se presentó con su voz aterciopelada. Sonaba a campanas de cristales frágiles y cantarinas. Comenzó a interpretar y toda la sala enmudeció, no podían creer tanto talento en una mujer tan increíble.
Cuando ella salió del auditorio estaba henchida. Tal era la expectación que le tuvieron que pedir un tiempo en el descansillo para decidirse. Muy convencida y triunfal se sentó en una silla y allí esperó.
No tuvo que esperar mucho hasta que uno de los jueces salió y se le acercó. Le pidió que la acompañara y eso hizo ella, lo siguió. juntos pasaron por un pasillo con varias puertas a ambos lados, en la penúltima del lado derecho un letrero ponía ``Director´´. Él abrió la puerta y dejó que ella entrara antes, se quedó quieta en el centro de la habitación y sintió como el hombre cerraba la puerta con seguro. Se puso alerta, algo no le gustaba de todo eso. Las tripas se le revolvieron, y sintió el perfume del hombre a su espalda como una bofetada. De pronto su cabeza se estrelló contra el escritorio de la habitación y los dedos delgados y sudados de ese hombre toquetearon sus piernas mientras la otra sujetaba una de sus manos a la espalda. No se asustó, es más, estaba muy calmada, sabía perfectamente que hacer para quitárselo de encima, pero esperaría.
-¿Eso es que tengo el trabajo?- Formuló la pregunta tranquila, sin prisas, sintiendo el aliento fétido del hombre contra su nuca y como poco a poco le subía más la minifalda.
-Lamento decirle...- En ese momento frotó su erección contra su culo y a ella le entraron ganas de vomitar.- ...que no.
Consternada ante la noticia no notó como poco a poco el hombre metía las manos por entre sus piernas y jugueteaba con el encaje de sus bragas. ¿cómo era posible que no la hubiesen cogido? Ella era perfecta, bella, hermosa... increíble. Una ira descomunal llenó sus instintos, en dos movimientos rápidos el hombre yacía sobre su propia espalda contra el suelo, mientras ella lo cogía por el cuello fuertemente.
-¿Está usted bromeando? -El hombre rojo por la presión que soportaba intentó respirar, ella aflojó.-Conteste...
Él negó. lo veía todo rojo, muy rojo. Apretó con demasiada fuerza los hombros del hombre contra el suelo mientras le arrancaba de un bocado la piel del cuello... o eso quería hacer una parte de ella. Lentamente, se levantó y soltó al hombre. Este no se movió de dónde estaba. Con un chasquido de la lengua, se colocó la ropa y se fue de aquel sucio local. Ya era de noche y había refrescado pero no lo notó. Estaba hirviendo de ira. Se metió en el callejón más cercano que vio y comenzó a pegarles puñetazos y patadas a un cubo de basura. Las entrañas empezaron a retorcerse y le picaron los ojos, un dolor agudo le destrozó el cerebro y cayó al suelo. Todo se volvió negro, muy negro.

Segundo Acto

Cuándo se despertó estaba tumbada en una amplia cama con dosel y sabanas blancas inmaculadas. la habitación era amplia y estaba muy bien iluminada, había un gran ventanal en la parte derecha de la habitación. En la pared de enfrente habían tres puertas. Alguna tenía que ser la salida. Abrió la primera y daba a una gran habitación-armario. Todo estaba lleno de ropa de hombre, zapatos, trajes y había un gran espejo. Se vio reflejada en el, tenia el pelo suelto un poco despeinado que le daba un aire de fiereza, los labios estaban tan rojos y carnosos como siempre y llevaba una camisa de hombre que se le pegaba en el pecho pero caía suelta sin apenas notarse sus curvas. Pero aún así, no estaba nada mal. Guiñó un ojo a su reflejo y pasó a mirar la otra puerta. Daba a un pasillo que curvaba bruscamente a la derecha, no estaba muy iluminado pero incitaba a seguir avanzando y sin pensarlo dos veces caminó hacia delante, tocando la pared. Cuando giró observó cuadros de cazas, pero cazas humanas, de humanos cazando a otros humanos. Algo en su interior se revolvió, no de asco, sino de excitación. Meneó la cabeza y siguió andando, ahora el pasillo giraba a la izquierda, siguió y llegó a un gran salón con grandes ventanales que tenían corridas unas cortinas muy antiguas. En el centro de la estancia había una mesita que tenia a un lado un gran canapé y al otro un sofá. No se fijó en nada más pues sus ojos se posaron en el gran retrato que había en la pared de enfrente, justo encima de la chimenea. Era el retrato de un hombre muy apuesto, de ojos oscuros, casi parecían negros. No sonreía, su nariz no era muy grande pero se marcaba dándole un rasgo duro junto con su mandíbula. El pelo lo tenia perfectamente recogido en una cola y sus ropas eran como un antiguo uniforme. Realmente era muy atractivo, con hombros anchos y tenía un gran porte que lo hacía parecer muy peligroso.
No se dio cuenta de que había caminado hasta acercarse a escasos metros del retrato hasta que notó una mirada fija en su espalda. Lentamente se dio la vuelta y contemplo el retrato en carne y hueso, quizá un poco más moderno, con unos vaqueros ceñidos y una camisa azul que le apretaba los fuertes músculos de los brazos...
Notó como se le humedecía la boca, y quizá otra cosa. Él sólo levanto levemente una comisura del labio y en dos zancadas llegó hasta ella. Abrió la boca para hablar, decir algo, cualquier cosa, pero se encontró con la lengua de el rozando la suya, succionándola. La tomo en brazos y la empotró contra la chimenea. Ella abrió las piernas automáticamente y lo encerró en ellas, sus músculos firmes hicieron que ella vibrara al sentir su erección contra su humedad. Se separó de su boca y hundiendo las uñas en su espalda, empujó hacia ella a esa masa de músculos, pidiéndole mas mientras le mordía el cuello fuertemente. El gruñó pero no se separó, con la mano que no soportaba el peso de ella se desabrochó los pantalones y dejó escapar su masculinidad. En la misma posición ella se restregaba contra el rogándole más y más. Lo deseaba dentro de ella, lo mordía y lamía la sangre que sus dientes causaban en la piel del hombre. Sus manos resbalaban por la musculosa espalda de el que ya estaba cubierta también de unas cuantas gotas de sangre. No supo como, pero él rasgo las bragas que ella aun llevaba y la penetro ferozmente. Gimió, alto, muy alto. No le importo nada salvo seguir moviéndose alrededor de esa gran erección. El la separó de su pecho y la hincó contra la pared mientras embestía fieramente y con ojos lacerantes la miraba de arriba a abajo.Ella chupó el dedo que tenia sobre la barbilla que sujetaba su cuello contra la dura pared y el gruñó más aún. Apretó su cuello mas fuertemente pero ella no se quejó al contrario elevó sus gemidos al sentir como las embestidas eran cada vez mas fuertes y mas rápidas, casi frenéticas. Notaba que ya estaba llegando y cerrándose sobre su pene sintió como él llegaba poco segundos antes que ella se retorciera  por última vez.
Entonces, dejó de cerrar sus piernas entorno a la cintura de él y él la soltó, guardando su masculinidad. Volvió a mirarlo de arriba abajo y no pudo evitar relamerse los labios con deseo de nuevo.
-Para ya, bruja. No quiero tener que volver a follarte.- Eso la descompuso. Él se dio la vuelta y enfiló pasillo adentro, ella tras escasos minutos de titubeo, lo siguió.

sábado, 20 de abril de 2013

Corazón Sediento


Era un tiempo de clandestinidad, dónde los hospitales estaban atestados de heridos y moribundos causados por la guerra que se vivía en las calles. Entre tantos enfermos, heridos y amputados habían de todo tipo de clases sociales, altas bajas, mendigos, gitanos.... no había distinciones en los hospitales debido a que lo primordial era la salvación de todos ellos. Algunos traían graves enfermedades que acababan con grandes zonas de estos lugares, y los enfermos afectados  se tendían a acorralar en puntos estratégicos donde no pudieran contagiar el virus que los infectaba.
En una de estas salas se desarrollaba una pelea entre dos hombres de distintas clases sociales, el más rico de los dos abofeteaba al mas pobre, recriminándole que debido a el y a todos los de baja sociedad con costumbres poco higiénicas, él se encontraba ahora en esa situación. El otro era delgaducho y no estaba en condiciones de defenderse, tal fue así que acabó mal herido, delirante en una de las esquinas más cercanas a la zona de no infectados.
Una enfermera que pasaba por allí, lo vio, tan frágil y sólo que saltándose las normas lo acogió en la zona y lo llevo a una habitación sólo para él.

----
Cuándo despertó, lo primero que le pareció ver fue un ángel. Una gran cabellera negra caía sobre los hombros de la muchacha con los labios mas rojos que él había visto. Sus ojos azules lo miraban con sorpresa y expectación  Él intentó incorporarse pero ella no se lo permitió, lo tumbó de nuevo en la cama y le dijo que guardara silencio.
Ella, moviéndose como si flotara comprobó que la puerta estuviera cerrada y volvió junto a él.
-No hables y no intentes moverte...-Su voz sonó como campanillas en la cabeza malherida del hombre. Pero el sonido no le molestaba, sino que lo envolvía.- Me llamo Charisse, y cuándo te vi tirado y sólo no pude dejarte allí. -Charisse se mordió el labio inferior y luego le sonrío.- No creo que estés infectado, pues yo aún no me he contagiado de nada. Sólo quédate aquí por unos días mientras te curo las heridas que tienes y luego podrás irte.
Se volvió y salió de la habitación. Él se quedó pensando en ella todo el día.
-----
Pasaron unas dos semanas, él ya podía andar y hablar, pero permaneció allí más tiempo pues no tenía ningún lugar al cuál ir. Pero, hasta ese día duraba su presencia en esa instalación, tendría que irse y volver a la calle, a vivir en una callejuela y esperar a que el día de mañana consiguiera comida que llevarse a la boca. La puerta se abrió y ella entró, con un precioso vestido negro que se le ajustaba en las piernas y tenia un escote circular, que dejaba entrever sus pechos.
-Es hora de irse Anthony. Espero que sepas que si por mi fuera te dejaba quedarte por más tiempo, pero no es posible...- Le sonrió y ayudándolo a levantarse lo llevó hasta la calle. -¿Quieres que te lleve a algún sitio?
-No hace falta.-Carraspeó. Le daba coraje que con ya 23 años tuvieran que atenderlo como a un crío de 12.- Está bien así. Muchas gracias.
Se alejó cojeante, aún le dolía la pierna, hasta la siguiente esquina, estaba ya apunto de entrar a el callejón donde pensaba dormir esa noche cuando la escucho.
-Espera, Anthony. Me daría una gran honor si vinieras a mi casa a dormir esta noche.
-Gracias, pero estaré bien por aquí.
-Por favor, hazlo por mi.-Le rogó. -Estaré más tranquila si te tengo cerca.
El pensó largo rato y no vio nada de malo en dormir bajo techo la primera noche fuera del hospital. Asintió con la cabeza y juntos cogieron un taxi que los llevaría a casa de Charisse.

------
Seis años después...

Anthony estaba cansado, nunca se acostumbraría a las reuniones de prensa. Estaba agotado y muerto de hambre. Llegó a su casa y dejó a un lado el maletín. Ser secretario de uno de los directores mas importantes de un banco no era cosa fácil de hacer, pero había estudiado arduamente cuatro años atrás desde que conoció a Charisse. Hablando de Charisse, era raro que no hubiese llegado todavía. Sonó el timbre. Ahí estaba. Fue hasta la puerta y le abrió a la siempre guapa y despampanante Charisse.
Ella no tardo mucho rato en quitarse el chaquetón y quedarse con un fino traje rojo que marcaba sus curvas con deleite para los hombres.
-¿Cuánto tiempo más piensas llevar esos vestidos ajustados al trabajo?
-¿Te molesta?- contestó divertida con una sonrisa exquisita en los labios.
-Sabes que no, pero una buena mujer no va provocando a sus pobres pacientes enfermos.
-Cuándo tu eras mi paciente no te quejabas mucho de ellos.- Se sirvió una copa de vino y se sentó en el sofá, cruzando las piernas y dejando muy poco a la imaginación.
-Eso fue hace mucho tiempo y tu y yo, en fin, no nos conocíamos.
El se quitó la corbata y se apoyó en el sillón paralelo al sofá con aire cansado.
-¿Mucho trabajo?-Inquirió ella.
-Sabes que sí, como cada noche.
-Entonces...-dijo ella dejando la copa a un lado y acercándose al sillón de forma provocativa.- ...esta noche, ¿no me harás disfrutar?
Se sentó sobre las piernas de Anthony, el cuál, ante su proximidad no pudo evitar que se le endureciera. Poco a poco, Charisse acercaba sus labios a los de él, y en el último segundo, con sus pechos rozando el pecho de él, y sus manos acariciando su nuca, se apartó. Pero Anthony no estaba dispuesto a que se alejara, sujetándola de la cintura, la acercó hacia su erección y con arrolladora pasión le atrapó los labios. Continuó besando su cuello, y llegó hasta su seno derecho, cuando estaba a punto de meterse el pezón de ella a la boca, escuchó la risa triunfadora de ella. Acto seguido, lo lamió y la risa de ella se convirtió en gemido. Finalmente, ella había ganado otra noche.

-----

Al día siguiente llegó a la empresa y todo estaba demasiado tranquilo. Era un tanto extraño. Al llegar a su mesa de secretario vio una carta del director. Le pedía que nada más llegar se presentara en su despacho, y así lo hizo.
Al llegar tocó la puerta, y tras escuchar el ``pase´´ del director, entró.
-¿Quería usted verme?
-Sí, pasa y siéntate por favor, aún tenemos a otra persona que esperar.
Anthony así lo hizo. No era extraño que nada más llegar se le reclamase en el despacho del director, pero hoy, este tenía un aura muy extraña. Como de pesar y regocijo al mismo tiempo. Estaba preocupándose por nada, seguro que no había nada nuevo.
Se escucharon unos leves golpecitos en la puerta, el director dejó entrar a la persona que estaba al otro lado.
-Disculpe el retraso señor. -hizo una leve reverencia y se acercó a la mesa.
-Siéntate, Elizabeth.
-Lizzy, por favor.-Dijo ella con una voz dulce, y se sentó. Iba ataviada con una falda azul de pequeñas flores rosas, flores de cerezo. Llevaba una camisa blanca y un jersey beige encima, que estaba remangado hasta el codo. el pelo lo tenía recogido con un pasador y le caía en tirabuzones por la espalda hasta la cintura. Además, sus ojos estaban detrás de unas gafas de pasta negras, que hacían que no se notara su color, aunque parecían de un azul oscuro muy peculiar.
-Ahora que estamos los tres, tengo que comentarle Anthony, las nuevas.
-¿Las nuevas señor?- comentó él contrariado.
-Sí, las nuevas. Y las nuevas son que usted queda relevado de su cargo como secretario. Lizzy ocupará ahora su puesto.
Anthony quedó sorprendido, y la miró de arriba abajo,  luego volvió su mirada al director.
-Pe, pero... señor, eso no puede ser, no he cometido ninguna falta y siempre he cumplido con mi horario, los trabajos, los encargos... yo, yo..
El directo levantó la mano pidiendo silencio.
-Anthony, en ningún momento le he dicho que se le fuera a despedir ni a dejar sin empleo. ¿Cierto?
Él asintió.
-Desde ahora, ella será su secretaria, y usted se encargará de mi puesto.
El silencio se apoderó del despacho. La chica miraba directamente al suelo, y Anthony no paraba de pasear su mirada desde la del director hacia la nueva secretaria. Entonces, cayó en la cuenta de lo que el director le había dicho.
-¿Entonces, usted se va?- El exdirector asintió.
-Me han destinado a otra agencia, más cercana a mi ciudad. Esta me pillaba a unas cuantas horas de ella.
Anthony asintió, y poniéndose en pie sostuvo la mano de su exdirector. -Ha sido un gran placer trabajar con usted y espero hacer muy bien su trabajo.
-No te preocupes muchacho, si necesitas cualquier ayuda, podrás contactar conmigo  Aquí te dejo mi numero de teléfono y mi dirección.
-Muchas gracias señor.
El ex director se despidió también de Lizzy con un apretón de manos y ella le sonrió tímidamente  volvió a hacerle una inclinación y se quedó mirando la puerta después de que se cerrara tras de él.
Anthony la contemplaba con curiosidad, nunca había visto en una persona tanta calma y sosiego. Le resultaba interesante.
Rodeando la mesa, se sentó en el asiento, e inmediatamente después Lizzy ocupó la silla que estaba enfrente de él, con una gran carpeta abierta y lista para tomar notas.
Anthony sonrió. Se la veía muy atenta y dispuesta a trabajar. Carraspeó y le preguntó.
-¿De dónde eres?- Ella lo miró.
-Eh.. pues yo. -Se mordió el labio inferior, acto que le recordó a la primera vez que conoció a Charisse, y sonrió.- Soy de aquí al lado, vivo en el edifico que se encuentra frente a correos.
-Ya veo. Entonces puedes llegar a tu hora sin problemas. ¿Por qué te contrató el director?
Ella volvió a morderse el labio, nerviosa. Aún no lo había mirado, y en ese momento lo hizo. Sus ojos azules tenían un brillo cálido.
-Mi..es decir, el señor director me contrató porque hace tiempo que le dejé mi curriculum, y ...-busco  entre los papeles de la carpeta y le entregó uno- ...como ve ahí, tengo poca experiencia pero he trabajado en otras cosas similares.
Anthony miró el papel, en efecto tenía experiencia con el trabajo duró. había trabajado de encargada en una biblioteca y de secretaria de una gran empresa, pero no tenía experiencia bancaria.
-Esto no es posible, en tu curriculum pone que tienes 24 años.-Ella asintió.- ¿Y como tienes tanta experiencia en el mundo laboral?
-Mi padre siempre me ha enseñado a hacer mi propio dinero, y además, a mi me gusta ser útil. -Se puso colorada cuando dijo esto último.
-Entiendo. Bueno, Eli...
-Lizzy, por favor.-La interrumpió ella.
-De acuerdo, Lizzy. Ahora mismo te paso un papel con toda la información de la semana. -Ella asintió, se levantó, hizo una inclinación y se dirigió a la puerta.
-Ah, Lizzy.
-¿Sí? -Dijo volviéndose.
-Bienvenida.- Anthony sonrió, ella se puso colorada.
-Gra..gracias.- Y salió corriendo del despacho.

------

Unas semanas más tarde todo estaba igual que antes. Anthony, al ser el director, acababa más cansado que antes, pues tenía más tratos que cerrar, mas conferencias que dar, y todo ello debía compaginarlo con las noches con Charisse, que poco a poco fueron siendo menos, pues ella se cansaba de las pocas atenciones que él le prestaba. Además de ello, hubo un escándalo entre ellos dos.
Un día Anthony fue a ver a Charisse al hospital, y entre tanto acabaron siendo descubiertos por personal de hospital. Fue un caos, que un nuevo gran empresario bancario estuviera en un buen hospital teniendo sexo con una de las enfermeras era un descaro. Salió en las noticias, y desde entonces, Anthony presionaba a Charisse con hacer lo suyo oficial, pero ella se negaba. Todo esto hacía que Anthony estuviera muy encerrado en sí mismo, huraño y con pocas ganas de nada, lo que hacía que Charisse buscara diversión por otros sitios, y además, se lo contara a él.
Anthony siempre había sido amable con ella, pero era verdad que se moría de celos de saberla con otros hombres, pero como no estaban juntos, no era quién para decirle lo que debía o no hacer. Ella era totalmente libre de hacer lo que quisiese.
Ese día, habían tenido una larga reunión con una comparativa que estaba dispuesta a contar con ese banco para llevar a cabo una gran empresa de dinero. Había acabado exhausto  pero todo había salido a pedir de boca, y gracias a que Lizzy había hecho la búsqueda más minuciosa de esa comparativa, y de los supuestos acuerdos, las cuentas financieras, además de los plazos, los recuentos... En definitiva, Lizzy le había salvado la vida puesto que él estaba demasiado enfrascado en la suya propia vida.
Al salir del edificio dónde se reunían y antes de que Lizzy se marchara le propuso ir a tomar algo.
-Me parece bien, hoy ha ido muy bien la reunión. ¿No le parece? - A la sonrisa tímida de ella el contestó con una carcajada.
-Ha ido maravillosamente bien.-Ella se sonrojó y juntos andaron en dirección al bar de enfrente.

----
Estaba realmente nerviosa, era la primera vez que él la invitaba después del trabajo y ademas, ¡se había reído! Era una buena señal, pues últimamente se lo notaba agobiado y triste. realmente estaba muy nerviosa, apenas podía mirarlo un par de minutos y no paraba de sujetar con fuerza la carpeta que llevaba en los brazos. Hoy se había puesto un gorrito de lana, que le recogía el pelo suelto, se había quitado las gafas y llevaba lentillas, puesto que hacia mucho frío y se le empañaban los cristales con demasiada asiduidad. Llevaba una falda un tanto corta de lana pero no se notaba pues el abrigo blanco que llevaba le llegaba por debajo de las rodillas. Unas medias evitaban que tuviera frío en las piernas y las botas con poquito tacón, marrones y blancas, eran muy cómodas para esa época del año.

Estaban pasando el paso de peatón, y la gente la empujaba, sin querer se chocó contra el pecho de Anthon, como ella lo llamaba, y enrojeció. No podía evitarlo. Ella no percibió la sonrisa de él.
-Hoy te veo algo extraño.-comentó él.
-Eh, pues.. no llevo gafas. Quizá sea eso.
-Claro... eso es.-Y le sonrió. Esa sonrisa le encantaba, y no podía evitar ponerse colorada cada vez que veía que era dirigida hacia ella. Imprudentemente ella le preguntó:
-¿está usted bien? Últimamente se le ve apagado.
Él la miró contrariado. -¿Tanto se nota?
-No demasiado, pero yo prácticamente  convivo con usted. Paso más horas a su lado que en mi casa. Así que...-Se sonrojó al ver que estaba hablando demasiado. -Supongo que me fijé demasiado.
La carcajada de él resonó en sus oídos. ``Se está riendo de mi, oh dios´´ Aceleró el paso y el la tomó del brazo.
.Tranquila, no iba a morderla.
-¡Anthony! - Ninguno se giró hasta que se escuchó por segunda vez.- ¡Anthony!
Anthon levantó la cabeza y miró fríamente a una mujer con largas piernas, unos grandes tacones negros, un vestido ajustado granate y el pelo recogido en un semimoño.
-Charisse, ¿qué haces por aquí? - Aún tenía cogida a Lizzy del brazo y fue en lo primero que se fijó Charisse.
-Paseaba. ¿Y tú? ¿Con una amiguita?- Anthony miró a Lizzy y esta bajo la mirada.
-Es mi secretaria, acabamos de salir de una de las oficinas.
-¡Ah perfecto! ¿Ibas ya a casa? Te acompaño.- Tomó el brazo de Anthony y lo alejó de Lizzy.-¿Sabes? Hoy vino a verme Steven, fue genial. Al principio me negué a sus coqueteos pero después, lo hicimos en una de las habitaciones, y fue..
-No me lo digas. Le hiciste todo lo que antes hacíamos juntos.-Anthony carraspeó.
-Sí, todo. Y le gustó mucho, como a mí.
-Me alegro.
Lizzy se alejo un poco y tímidamente dijo -Lo siento Anthon, pero me tengo que ir ya a casa, no creo que tenga que escuchar estas conversaciones.-
-No te preocupes, Charisse ya se iba.
-¿Yo? Para nada, anda, te acompañamos a tu coche.
-No tengo coche... uso el bus.
-De acuerdo, pues al bus.-Repuso Charisse.
-No os preocupéis, no quiero ser molestia.
-No es molestia. -Dijo él sonriendo, y ella le devolvió la sonrisa.
-Gracias, pero es aquí mismo. Hasta luego. -Se fue deprisa y antes de llegar a la parada se giró, él la estaba mirando. Se sonrojó pero siguió andando, llegó a la parada y esperó su bus. Estaba a punto de entrar en el bus cuando una fuerte mano la arrastró fuera. Se quedó estupefacta al ver enfrente suya a Anthony. -¿Qué haces aquí Anthon?
-¿Como me has llamado?
-Oh, lo siento, Anthony.- Se mordió el labio inferior. -No quería molestarte.
-No me molesta. Me gusta.- Le sonrió. -Te prometí llevarte a tomar algo, y eso haré.
-Pero Charisse...
-Charisse no es nadie ya, ella sola así lo decidió.
-Ahm, entiendo.
-Si no te importa, vamos a coger mi coche, está aquí cerca e iremos a otro lado. - Lizzy asintió.
Llegaron al coche en silencio, y una vez dentro, Lizzy se quitó el chaquetón, hacía demasiado calor dentro de el coche o seria ella, porque Anthon no se quito su chaqueta.
-¿Estas bien? -Le preguntó. Ella asintió. Él puso el coche en marcha y comenzaron a desplazarse.-¿dónde quieres ir?
-Donde tu quieras estará bien, no es problema.
-¿Siempre dices lo mismo? ¿Nunca das tu opinión?
-No siempre, a veces si, pero sólo cuando es de importancia.
-Ahora lo es. -Sonrió. Ella lo contempló largo rato, no era un hombre muy fuerte, pero era muy atractivo. Tenia el pelo castaño peinado hacia atrás, la sonrisa era picara y el blanco de sus dientes destacaban con su piel oscura. Sus ojos eran azules-verdosos que cambiaban según su estado de ánimo. Ahora mismo, eran como aguas de un bonito lago. El traje de chaqueta le quedaba de maravilla, se le pegaba a su espalda ancha. Dejó de mirarlo.
-Me parece que hay un buen bar cerca de aquí, pasando esas dos calles, frente a un restaurante chino.
-Así está mejor. -Sonrió él,
Lizzy miró por la ventana y vio a Charisse. La otra chica también reconoció el coche de Anthon y le hizo una señal para que la recogiera. Mortificada, mordiéndose el labio le dijo a Anthon.
-Recógela, por favor. No la dejes ahí. Puede venirse con nosotros.
-Esta bien, sólo si me prometes darme una cosa.
Ella lo miró. -Si está dentro de mis posibilidades...
Anthon frenó a un lado de la calle, y la miró. -Desearía, que me dejaras darte un beso.
Lizzy enrojeció, pero a medida que él se acercaba ella no se apartó. Se quedó ahí, como petrificada. Cuando la mano de él tomo su cabeza por la nuca y la acercó lentamente a su rostro, no se quejó ni lo detuvo. Sus labios se encontraron y el beso comenzó siendo tierno, débil. Pero a medida que Anthon movía sus labios sobre los de ella, Lizzy abrió más la boca y permitió que la lengua de él la poseyera. Sus sentidos estallaron cuando sus lenguas se encontraron y dejándose llevar por el momento rodeó el cuello fuerte de él con sus brazos, atrayendolo hacia ella. Ya no era un beso tierno, sino lleno de deseo y pasión. Una pequeña vocecita surgió entre la bruma del beso, y Lizzy se apartó.
Jadeaba, al igual que él. Se tapó los labios con las manos y lo miró, el se restregaba las palmas de las manos contra las piernas con cara de desesperación.
-¿Estás bien?-Preguntó ella desesperada.
-Sí, simplemente deseo recorrerte todo el cuerpo con mis manos, mierda.- Soltó el con la voz ronca del deseo, aun con los ojos cerrados restregando las manos por sus piernas. Ella imaginó lo que le acababa de decir, era una escena que deseaba pero no era el momento. Mordiéndose el labio, le pidió disculpas y salió del coche sin volverse a mirarlo de nuevo, temía volver si lo descubría observándola.