miércoles, 19 de junio de 2013

Los Tres Puñales de la Muerte

Prólogo.

Tres palabras que lo significan todo: amor, justicia y belleza. Dispuestos a todo por conseguirlas, por hacerlas nuestras, para que estén en nuestras vidas...
¿Victoria o derrota?

Primer Acto

Sólo se miró al espejo una vez y ya se sintió perfecta. Creía que lo tenía todo, una tez perfecta, unos labios carnosos y deseables, unos ojos envidiables que te desnudaban, las mejillas sonrosadas, el pelo largo y azabache con pequeñas ondulaciones en las puntas, su torso era firme y tenía unos pechos exuberantes que incitaban al pecado. Las caderas anchas hacían que su cintura menuda pareciera delicada, sus brazos largos siempre cubiertos de guantes que no dejaban ver sus manos elegantes. Y esas piernas, largas y esbeltas que reflejaban el brillo del sol en la piel y desembocaban en unos pies finos y tentadores los cuales siempre decoraba con algún exquisito par de zapatos. 
Totalmente dichosa, salió por la puerta del hotel lista para llegar al casting y deslumbrarlos a todos, que nada mas verla la dejaran de protagonista principal. Siempre le había pasado esto, puesto que su belleza, aunque ahora era sexualmente increíble, antaño fue inocente y perfecta, esto hacía que siempre se saliera con la suya. Con pasos firmes ando calle abajo, contoneándose desmesuradamente casi sin darse cuenta. Las chicas la observaban con asco u odio, los hombres con deseos pecaminosos e indeseables, pero ella no prestaba atención y continuó su camino, sabía dónde tenía que ir y no le pillaba lejos. 
Cuando llegó a la puerta sacudió el pelo, miró el cartel dónde se anunciaba la sala y sin pensarlo más veces entró. Una chica muy cursi se le acercó y le mostró el camino a la sala de audiciones, ella la siguió. Andaba dando saltos, sonreía a cada persona, animal o cosa que se encontraba en el camino, era realmente cursi. Esto la puso de los nervios y cuando la dejó creyó estar a salvo de compañía innecesaria pero se equivocó. En la sala habían al menos 40 personas, las 39 eran chicas y sólo uno era un hombre y por lo que pudo observar, muy afeminado. 
No malinterpretéis sus reacciones, no le molestaba la gente y mucho menos los gays, pero ese día estaba irritable y a ello se le sumaba el hecho de que tenía un extraño mal estar en las entrañas.
Miró por encima a unas cuantas chicas y se dio cuenta de que eras las típicas chicas que viven por y para el teatro, sin cuidarse un ápice de su físico. Otras tantas eran normales y charlaban de forma animada entre ellas, y unas cinco o seis destacaban por su originalidad de estilo, sus preciosas cabelleras o sus caras estilizadas y sólo dos tenían un cuerpo ideal. Pero ella no estaba preocupada, pues sabía que no tenía parangón.
Pasó la hora de esperar y comenzaron las audiciones. Algunas salían enfadadas, otras resignadas, y otras muchas llorando a moco tendido. Unas cuantas no salieron, suponiendo que ya las habían cogido para algún papel, ella se puso tensa pero se relajó al ver a una de las rubias despampanantes salir hecha una furia de la sala. La siguiente era ella. Entró lentamente y no levantó la mirada de sus zapatos hasta que que no estuvo en el centro del escenario. Pero cuando lo hizo, una luz tenue inundó la sala. Su sonrisa eclipsó a todos los jueces y su mirada oscurecida los llamaba y envolvía. Saludó y se presentó con su voz aterciopelada. Sonaba a campanas de cristales frágiles y cantarinas. Comenzó a interpretar y toda la sala enmudeció, no podían creer tanto talento en una mujer tan increíble.
Cuando ella salió del auditorio estaba henchida. Tal era la expectación que le tuvieron que pedir un tiempo en el descansillo para decidirse. Muy convencida y triunfal se sentó en una silla y allí esperó.
No tuvo que esperar mucho hasta que uno de los jueces salió y se le acercó. Le pidió que la acompañara y eso hizo ella, lo siguió. juntos pasaron por un pasillo con varias puertas a ambos lados, en la penúltima del lado derecho un letrero ponía ``Director´´. Él abrió la puerta y dejó que ella entrara antes, se quedó quieta en el centro de la habitación y sintió como el hombre cerraba la puerta con seguro. Se puso alerta, algo no le gustaba de todo eso. Las tripas se le revolvieron, y sintió el perfume del hombre a su espalda como una bofetada. De pronto su cabeza se estrelló contra el escritorio de la habitación y los dedos delgados y sudados de ese hombre toquetearon sus piernas mientras la otra sujetaba una de sus manos a la espalda. No se asustó, es más, estaba muy calmada, sabía perfectamente que hacer para quitárselo de encima, pero esperaría.
-¿Eso es que tengo el trabajo?- Formuló la pregunta tranquila, sin prisas, sintiendo el aliento fétido del hombre contra su nuca y como poco a poco le subía más la minifalda.
-Lamento decirle...- En ese momento frotó su erección contra su culo y a ella le entraron ganas de vomitar.- ...que no.
Consternada ante la noticia no notó como poco a poco el hombre metía las manos por entre sus piernas y jugueteaba con el encaje de sus bragas. ¿cómo era posible que no la hubiesen cogido? Ella era perfecta, bella, hermosa... increíble. Una ira descomunal llenó sus instintos, en dos movimientos rápidos el hombre yacía sobre su propia espalda contra el suelo, mientras ella lo cogía por el cuello fuertemente.
-¿Está usted bromeando? -El hombre rojo por la presión que soportaba intentó respirar, ella aflojó.-Conteste...
Él negó. lo veía todo rojo, muy rojo. Apretó con demasiada fuerza los hombros del hombre contra el suelo mientras le arrancaba de un bocado la piel del cuello... o eso quería hacer una parte de ella. Lentamente, se levantó y soltó al hombre. Este no se movió de dónde estaba. Con un chasquido de la lengua, se colocó la ropa y se fue de aquel sucio local. Ya era de noche y había refrescado pero no lo notó. Estaba hirviendo de ira. Se metió en el callejón más cercano que vio y comenzó a pegarles puñetazos y patadas a un cubo de basura. Las entrañas empezaron a retorcerse y le picaron los ojos, un dolor agudo le destrozó el cerebro y cayó al suelo. Todo se volvió negro, muy negro.

Segundo Acto

Cuándo se despertó estaba tumbada en una amplia cama con dosel y sabanas blancas inmaculadas. la habitación era amplia y estaba muy bien iluminada, había un gran ventanal en la parte derecha de la habitación. En la pared de enfrente habían tres puertas. Alguna tenía que ser la salida. Abrió la primera y daba a una gran habitación-armario. Todo estaba lleno de ropa de hombre, zapatos, trajes y había un gran espejo. Se vio reflejada en el, tenia el pelo suelto un poco despeinado que le daba un aire de fiereza, los labios estaban tan rojos y carnosos como siempre y llevaba una camisa de hombre que se le pegaba en el pecho pero caía suelta sin apenas notarse sus curvas. Pero aún así, no estaba nada mal. Guiñó un ojo a su reflejo y pasó a mirar la otra puerta. Daba a un pasillo que curvaba bruscamente a la derecha, no estaba muy iluminado pero incitaba a seguir avanzando y sin pensarlo dos veces caminó hacia delante, tocando la pared. Cuando giró observó cuadros de cazas, pero cazas humanas, de humanos cazando a otros humanos. Algo en su interior se revolvió, no de asco, sino de excitación. Meneó la cabeza y siguió andando, ahora el pasillo giraba a la izquierda, siguió y llegó a un gran salón con grandes ventanales que tenían corridas unas cortinas muy antiguas. En el centro de la estancia había una mesita que tenia a un lado un gran canapé y al otro un sofá. No se fijó en nada más pues sus ojos se posaron en el gran retrato que había en la pared de enfrente, justo encima de la chimenea. Era el retrato de un hombre muy apuesto, de ojos oscuros, casi parecían negros. No sonreía, su nariz no era muy grande pero se marcaba dándole un rasgo duro junto con su mandíbula. El pelo lo tenia perfectamente recogido en una cola y sus ropas eran como un antiguo uniforme. Realmente era muy atractivo, con hombros anchos y tenía un gran porte que lo hacía parecer muy peligroso.
No se dio cuenta de que había caminado hasta acercarse a escasos metros del retrato hasta que notó una mirada fija en su espalda. Lentamente se dio la vuelta y contemplo el retrato en carne y hueso, quizá un poco más moderno, con unos vaqueros ceñidos y una camisa azul que le apretaba los fuertes músculos de los brazos...
Notó como se le humedecía la boca, y quizá otra cosa. Él sólo levanto levemente una comisura del labio y en dos zancadas llegó hasta ella. Abrió la boca para hablar, decir algo, cualquier cosa, pero se encontró con la lengua de el rozando la suya, succionándola. La tomo en brazos y la empotró contra la chimenea. Ella abrió las piernas automáticamente y lo encerró en ellas, sus músculos firmes hicieron que ella vibrara al sentir su erección contra su humedad. Se separó de su boca y hundiendo las uñas en su espalda, empujó hacia ella a esa masa de músculos, pidiéndole mas mientras le mordía el cuello fuertemente. El gruñó pero no se separó, con la mano que no soportaba el peso de ella se desabrochó los pantalones y dejó escapar su masculinidad. En la misma posición ella se restregaba contra el rogándole más y más. Lo deseaba dentro de ella, lo mordía y lamía la sangre que sus dientes causaban en la piel del hombre. Sus manos resbalaban por la musculosa espalda de el que ya estaba cubierta también de unas cuantas gotas de sangre. No supo como, pero él rasgo las bragas que ella aun llevaba y la penetro ferozmente. Gimió, alto, muy alto. No le importo nada salvo seguir moviéndose alrededor de esa gran erección. El la separó de su pecho y la hincó contra la pared mientras embestía fieramente y con ojos lacerantes la miraba de arriba a abajo.Ella chupó el dedo que tenia sobre la barbilla que sujetaba su cuello contra la dura pared y el gruñó más aún. Apretó su cuello mas fuertemente pero ella no se quejó al contrario elevó sus gemidos al sentir como las embestidas eran cada vez mas fuertes y mas rápidas, casi frenéticas. Notaba que ya estaba llegando y cerrándose sobre su pene sintió como él llegaba poco segundos antes que ella se retorciera  por última vez.
Entonces, dejó de cerrar sus piernas entorno a la cintura de él y él la soltó, guardando su masculinidad. Volvió a mirarlo de arriba abajo y no pudo evitar relamerse los labios con deseo de nuevo.
-Para ya, bruja. No quiero tener que volver a follarte.- Eso la descompuso. Él se dio la vuelta y enfiló pasillo adentro, ella tras escasos minutos de titubeo, lo siguió.