martes, 10 de mayo de 2011

Helena.

La mañana asomaba por la ventana, y el sol se reflejaba en el espejo del tocador. Las sábanas revueltas se encontraban tiradas al lado de la cama, y la manta de algodón descansaba cuidadosamente sobre el cuerpo tibio de Helena.
Vestía un camisón blanco de seda, que le cubría hasta las caderas. Con el canto de un pájaro ella se despertó y desperezandose lentamente se incorporó en la cama. Mientras se frotaba los ojos se acercó al tocador donde reposaba el balde de agua tibia que le preparaba Anna para que se lavara la cara. Se quedó mirando el reflejo cristalino del agua atravesado por un par de rayos que tras reflejarse en el espejo, hacían un arco iris en ella.
Hundió las manos en el balde y se lavó la cara con calma, disfrutando del tacto que dejaba el agua en su piel. Cogió la pequeña toalla y se secó, levantó la vista y vió por el espejo como por el balcón izquierdo aparecía él. Sobresaltada, se dió la vuelta contrariada, no sabia si gritar o quedarse quieta esperandolo. Miró rápidamente a la cama y luego hacia la puerta. No había indicios de que Anna viniera para acicalar la para desayunar.

Él dejó caer su peso en las dos piernas de un solo salto y la miró. Sonriendo, mostró su dentadura blanquecina que resaltaba con su piel morena. Por un momento, ella se quedó sin respiración cuándo él con dos zancadas llegó a su lado. Sin mediar palabra la atrajo hacia sí en un abrazo hundiendo su cara en la melena rubia de ella.

Helena aún no daba crédito a lo que veía, y cuando él la abrazó sus dudas se disiparon y con un quejido sordo comenzó a llorar.
Al poco rato de saberla tan cerca, se separó y recorriendo la con la mirada la añoranza de tocarla volvió a inundarle completamente. Con dos besos en cada pómulo limpió las lágrimas que le recorrían esas preciosas mejillas sonrosadas. Le cogió tiernamente la cabeza sopesándola y poco a poco juntó sus labios con los de ella, dulces y blandos que de un rosa claro pasaban a un rojo cuando, con desesperada pasión, besaban los de él.

La cogió delicadamente sin dejar de besarla, ella instintivamente rodeó su cuello con los brazos, soltándola sobre la cama escuchó el jadeo que desprendieron los labios de Helena cuando él se separó para poco a poco ir quitándose la ropa. Primero soltó la capa que le rodeaba el cuello, se fue desabotonando su camisa mirando el cuerpo de Helena reposar sobre la manta burdeos de algodón. El camisón se le pegaba a las protuberantes curvas de sus pechos que bailaban bajo el son de su respiración agitada. Se quitó la camisa y sus ojos se encontraron. Ella sonrió ante la mirada feroz de él.

Como un soplo de brisa, él ya estaba aplastandola con su cuerpo y su boca devoraba con fuerza lo que encontraba. Por los hombros de Helena se deslizaron las finas tirantas del camisón dejando al descubierto esos pechos que a él encantaban. Cesó el hambre de su boca con uno de ellos, ella gimió roncamente ante el contacto húmedo. Rodeando el otro se deleitó con su textura y peso, y jugueteando con ellos en su boca se excitaba con los pequeños gemidos de Helena. ¡Cómo la había echado de menos!
El cuerpo de Helena se debatía con espasmos de felicidad y miedo a ser descubierta. Iba a abrir la boca para replicar cuando él se separó para liberarla, pero ella no supuso que lo que él quería era poder quitarse lo que le restaba de ropa. Con un ágil movimiento, quitó el nudo de sus pantalones y junto con sus calzones se los sacó dejando al descubierto su empuñadura.
Helena ahogó una exclamación de asombro, y un miedo le recorrió todo el cuerpo. ¿Le dolería? No pudo pensar mucho puesto que ella ya descansaba sin camisón bajo los poderosos músculos de él. Su miembro hinchado se le hincaba en el vientre, sus piernas temblaban, pero un beso de él lo calmó todo.
Sus manos rodearon el cuello fuerte de su amado, y las manos del jugaron con sus mechones mientras besaba con pasión cada parte de su cuello.
Ella perdió la noción del tiempo y los actos, y dejándose llevar por el fuego fue cediendo ante las caricias del amante impaciente. Éste recorrió sus piernas desde el tobillo hasta la parte interna de sus muslos. Jadeando, Helena dejó descansar las manos sobre la espalda de ese hombre que la consumía como si de una cerilla se tratase. Sus dedos encontraron la espiral que su pelo formaba bajo el ombligo, cubriendo con poca cantidad su doncellez. Tomó aire, y mordiéndose el labio miró lascivamente a su embaucador. Rogándole con los ojos, él procedió a introducir lentamente uno de sus dedos en ella. Se la sentía caliente, húmeda y lista para recibirle, aunque quizá demasiado prieta. Volvió a introducir dos dedos esta vez y poco a poco ella fue cediendo. Tomando ritmo, se alzó en su brazo izquierdo y juntó sus labios con los de ella. Le susurró un te amo, que el viento se llevó con el ronco sonido del gritó que Helena dio cuando él se hundió en ella. Él con un movimiento lento, entró más en ella, y entonces notó como cedía. Ella mordió con delicadeza su hombro y él poco a poco comenzó un vaivén de movimientos lentos a los que ella respondía amoldandose. Empezó a incrementas el ritmo, Helena clavaba las uñas en su espalda atraiéndolo hacía sí. Se besaron unos minutos y entonces él prosiguió embistiéndola con intención de llenarla completamente. Sintieron casi al instante como todo iba in crescendo y una lluvia de felicidad se derramó sobre ellos.
Helena repleta de sudor, jadeaba, él tumbado sobre ella respiraba agitado. Se miraron y sonriendo se dieron un beso. Y así quedaron, uno sobre el otro, amándose por primera, pero no por última vez.

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