viernes, 8 de mayo de 2009

O*o._.Silencio._.o*O

Estaba apoyada en una pared, mis muñecas estaban sujetadas por cadenas. Sentía su frío tacto rozando mi piel. La cabeza me daba vueltas, percibí un olor a hierro . Miré a mi alrededor y allí estaba. Un cuerpo tirado bocabajo, rodeado de sangre con una larga cabellera azabache.

-¿Estás bien?-Mi voz hizo eco en la habitación que me encontraba. El cuerpo no respondió y tampoco se movió. Bajé la cabeza y entonces escuché como se abría una puerta. -¿Hay alguien ahí?

Por entre los barrotes se asomó un hombre alto de cabello negro y con ojos verdes como la hierba. Una sonrisa cubrió su rostro.

-¿Ya te has despertado?-Dijo mientras encajaba la llave en la cerradura y la abría con paciencia.

-¿Quién eres?- Pregunte yo impaciente.


Se quedó mirándome fijamente y volvió a sonreír torcidamente. Acercándose, escogió una llave de las tantas que llevaba. Se acercó hasta que nuestras narices se rozaron, empecé a jadear del miedo que me producía su mirada. Sentí mis muñecas sueltas pero las mantuve donde las sostenían antes las cadenas. Sus ojos seguían contemplándome, ahora más alejados, pero igual de penetrantes. Su mano recorrió mi cara trazandola poco a poco, como con ansias de recordar cada fracción. Entonces comenzó a recorrer mis labios. Cerré los ojos... no quería contemplar sus ojos. No quería que escrutaran intentando penetrar en mi interior. Bajé de nuevo la cabeza ladeando la.


-Te llevaré a casa.- Fue lo último que escuche. Después caí totalmente dormida.






Me desperté. Tenía la visión borrosa y la luminosidad me cegaba. Cuando ya mis ojos se adaptaron a la luz, me encontré tumbada en el césped de mi casa. Seguramente la borrachera del día anterior me había hecho ver alucinaciones. Me levanté sobre mi misma, todo me daba vueltas alrededor. Una figura se encontraba en la puerta de la terraza.
-Ludovica, ¿ qué haces tirada en mitad del césped? No me dirás que volviste a llegar tarde ayer y encima borracha.
Se acercó a mi y me ayudo a levantarme. Me rodeó la espalda por debajo de los hombros, sosteniendo así mi peso. Me llevo hasta mi cuarto, me quitó los zapatos y me tumbó sobre la cama.
-Es mejor que te quedes descansando. Espero que no se vuelva a repetir.- Cerró de un portazo la puerta y el ruido me retumbo por todas las partes del cuerpo.

Pasé todo el día en la cama, el día siguiente también. Ya descansada me dirigí a mi trabajo en la heladería. No estaba del todo bien, pero me había llegado a acostumbrar a las resacas.
-¿Otra vez de vuelta al trabajo? Eh. - Levante la vista y me vi el rubio cabello de Elizabeth.- Ya se te echaba de menos. ¿Esta noche vendrás no? A la fiesta de Samuel.
- Sinceramente no lo sé, aún tengo resaca de la última. Y no sé si mi hermana me dejará desfasarme de nuevo.
-Ya, bueno, si cambias de idea, estaremos en el bar de siempre antes de ir a casa de Samu.
-De acuerdo.- Se alejó contoneándose como solo ella sabe hacerlo. Siempre provocaba algún que otro enfrentamiento en las fiestas, dos simples niñatos luchando por llevársela a la cama. Patético.

Al atardecer decidí acercarme a el bar a comprobar como iban las cosas. En efecto, todos estaban ya borrachos. Elizabeth destacaba de entre la multitud que la rodeaba de modo admirador. Una repulsión me recorrió el cuerpo y me aleje poco a poco de esa vista.
Compre una botella de cola-cola y me senté en las escaleras que se encontraban frente a mi casa. Mi hermana aún tardaría en volver. Una figura se paró justo enfrente de mi portal, se giró lentamente hacia mi y mi corazón se encogió.
Supuse que era una alucinación. después de todo, el sueño del otro día no podía ser real. Pero ahí estaba el, con su flamante cabello moreno al viento y sus ojos verdes que me penetraban buscando secretos que descubrir.
-Veo que ya te has recuperado.- Susurró pero escuché las palabras con nitidez.
-Sí.-Contesté casi inmediatamente.- ¿Qué quieres?¿Por qué has regresado tan pronto?- Las palabras salían de mi boca sin ni siquiera pensarlas.
-Es que no podía estar sin verte.-Ya se encontraba frente a mi, arrodillado y acariciándome los labios dulcemente.-El otro día contemple como se derramaba tu sangre por mi cuello y me di cuenta de lo mucho que te quiero.
-Y eso, ¿a mi qué?.-Repuse volviendo a ser yo misma y controlando mis propias palabras.
Me levanté esquivando su mirada.- No deberías estar aquí, márchate.
Volví la cabeza y ya no estaba. No sabia quien era, no entendía lo que acababa de ocurrir. Y lo peor de todo es que en un periodo de segundos, yo no controlaba mi cuerpo.

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